La revolución es el crisol en el que se funde y funda la nación moderna, que trasciende su viejo sentido como mero conglomerado de individuos unidos por lazos de sangre, raza, religión, costumbres y tradiciones para convertirse en cuerpo de ideales y propósitos comunes. Sin esos propósitos e ideales compartidos no habrá nación moderna, seguirá siendo la vieja nación, la nación aún sin madurar. La revolución se convierte así en una especie de reválida de las naciones modernas, aquellas que han llegado a la mayoría de edad.
Y la gran pregunta que se nos plantea a los españoles es: ¿ha llegado España a esa mayoría de edad o sigue todavía en su estado adolescente? Dicho de otra forma: ¿hemos tenido una auténtica revolución, burguesa o proletaria?
José María Carrascal intenta contestar a esa pregunta recorriendo los dos últimos siglos de nuestra historia. No una, sino hasta trece veces lo hemos intentado desde 1808 a nuestros días: La constitución de Cádiz supuso el primer intento. Le sucedieron varios durante el siglo XIX que desembocaron en los más sangrientos y autoritarios del XX. Pareció que la Transición política tras la muerte de Franco era el salto defi nitivo. Pero la crisis económica, la corrupción institucionalizada y las dudas en el sistema hacen temer que la revolución en España sigue pendiente. ¿O será que los españoles amamos la revuelta —«quítate tú para ponerme yo»—pero no aceptamos la responsabilidad de nuestros hechos, decisiones, palabras, que la revolución exige? En otras palabras: ¿es que preferimos seguir siendo adolescentes?