El no-lugar de la poesía no es una negación del posible lugar actual —o tradicional— que se le adjudique a la poesía. Es un acto de memoria radical, el recordar que la poesía tiene una base de vacío, una base de no ser que sustenta lo que es. No es su concepción técnica, su poder de construirse en ...
El no-lugar de la poesía no es una negación del posible lugar actual —o tradicional— que se le adjudique a la poesía. Es un acto de memoria radical, el recordar que la poesía tiene una base de vacío, una base de no ser que sustenta lo que es. No es su concepción técnica, su poder de construirse en artefacto. Es su constitución simbólica que se abrió en haces lo que la modernidad —y en la actualidad se vuelve acuciante e indignante, eso que quisieron enrostrar las vanguardias— busca negociar e indiferenciar entre las otras cosas del mercadeo (que no del mercado, lugar propio de intercambio). Y entre sus haces, lo incomunicable: un estar ahí de ese lenguaje verdadero que oscila entre aparecer y desaparecer, ese lenguaje difícil de aceptar en su movimiento porque ese movimiento da cohesión al no-lugar, une visible e invisible aun detenido, demorado, interrogado.
Cuando no hay tragedia no hay problema. Hay aproximaciones continuas, unas a la felicidad como meta de una especie que no sabe a ciencia cierta muy bien qué es y por eso a la mínima oferta de constitución o de consolidación sienta plaza de triunfo con penacho y fiesta —ahora con desfile militar y cazas sobrevolando la ciudad. Están convencidos mientras no hay tragedia de que la poesía es un continuum de lugar que arranca con el primer aullido más o menos armónico y todavía sigue insistiendo el día de hoy, en la intermitencia del hago o no hago, sigo o no sigo, me levanto o me someto, con silencio-entre-dos-muertes como antes entre-dos-guerras. Fue ahí cuando me oí en voz alta «According to Brueghel —when Icarus fell— it was spring» —a ver: ¿Brueghel? ¿Icarus? ¿o spring?— y luego en voz baja tal-es-el-hom-bre, tal-es-el-hom-bre, ¡talismán! —sigo al sonido, sigo al sonido, no sigo clint-clint-ton-ton ningún dinero en especial, soy extranjero—.
Me acordé que en mi historia personal están los elementos no negociables que permiten la constitución del no-lugar, la base de orfandad materna y luego el sello de la desaparición paterna de lo visible social (aun absurda, paradójica: preso en Libertad).
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