La conquista del Imperio inca a manos de un puñado de españoles sigue fascinando por lo que tiene de empresa quijotesca y desmedida. ¿Cómo pudieron Pizarro, Almagro y poco más de un centenar de hombres someter al Estado más poderoso y mejor organizado de América, capaz de poner en pie de guerra a mi...
La conquista del Imperio inca a manos de un puñado de españoles sigue fascinando por lo que tiene de empresa quijotesca y desmedida. ¿Cómo pudieron Pizarro, Almagro y poco más de un centenar de hombres someter al Estado más poderoso y mejor organizado de América, capaz de poner en pie de guerra a millares de guerreros, y que había conquistado uno tras otro, implacablemente, a sus vecinos? En Plata y sangre. La conquista del Imperio inca y las guerras civiles del Perú, Antonio Espino, catedrático de Historia Moderna en la Universidad Autónoma de Barcelona, responde a la cuestión con brillantez, en una narración vibrante que aúna el descubrimiento de un mundo ignoto con el análisis de cómo las innovaciones militares que se estaban desarrollando en Europa se adaptaron al nuevo continente.
Unas innovaciones que, además, iban sin solución de continuidad a emplearse en la negra tarea de matarse unos españoles a otros, ante la mirada impertérrita y la colaboración forzosa de unos indígenas cuyo mundo se tambaleaba. Si la conquista fascina, su envés son las guerras civiles que diezmaron a la primera generación de conquistadores del Perú. La ambición, el orgullo y la desmesura, combustibles de unos hombres que se sentían sin límite, estallaron en una vorágine cainita, y cuadros de piqueros y arcabuceros remedaron sobre los cerros andinos las sangrientas batallas de la revolución militar europea. Un ejército desplegado en el campo de batalla no deja de ser un compendio de las características, cualidades, defectos, virtudes y limitaciones de la sociedad que lo organiza y de los hombres que lo componen. Hombres como Pedro de Valdivia, curtido en Italia y conquistador de Chile, Gonzalo Pizarro, que acarició romper con España y coronarse rey, o Francisco de Carvajal, el Demonio de los Andes. Todos ellos encontraron en el Perú mucha plata, sí, pero también mucha sangre.
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