“Desde la barca que cabecea por el centro del río –el oleaje de hoy le da cualidades marinas–, Benarés parece un desplegable, una imagen extendida que en cualquier momento alguien doblará y volverá a confinar al interior de un libro. No es que crea que es pura fachada como si fuera un decorado o est...
“Desde la barca que cabecea por el centro del río –el oleaje de hoy le da cualidades marinas–, Benarés parece un desplegable, una imagen extendida que en cualquier momento alguien doblará y volverá a confinar al interior de un libro. No es que crea que es pura fachada como si fuera un decorado o estuviera fijada, detenida en un punto como una mala foto. Es sólo que no es completamente de aquí y se nota. En cualquier momento podría desaparecer, está desapareciendo. Una parte en la tierra, semillas de ojos y de brazos y de ideas, y otra parte en el cielo, ese granero del vacío. Lo más real y lo más irreal a un tiempo: tan antigua que hace siglos que ya no existe y tan presente que, en efecto, y sin necesidad de ser hindú para sentirlo, uno presiente que es el centro de eso –Eso, lo que sea- que nos otorga peso y medida; una ciudad, por cierto, sin futuro, ya que en ella todo se disuelve, todo se libera: si avanzara un único paso en el tiempo éste deflagraría feliz desintegrándola y arrastrando consigo a todos sus moradores. La ciudad más viva –los saris bajando las escalinatas para secarse, los jóvenes braceando en la orilla, los búfalos sumergidos hasta el hocico con un cuervo en su lomo, los brahmanes realizando sus abluciones, los paseantes con cámaras digitales, los niños jugando al crícket o volando sus cometas- es, sin contradicción, una ciudad fantasma: aquello que se deja tocar de verdad por ella –lo que se deja tocar por su verdad- queda descorporeizado, vuelto del revés, con su espíritu a la vista. Seres translúcidos que dialogan con la eternidad para pedirle perdón por su opacidad pasada. Desde la barca hoy Benarés se me muestra en sus desapariciones, en sus huidas hacia lo alto y hacia lo hondo. Intento apresarla con mi mirada panorámica y seria, meterla en mí para no caerme (la base de plomo o arena prensada que hace que los tentetiesos siempre acaben recuperando la posición vertical), pero se me escapa sin que giman sus cimientos. En cualquier instante podría replegarse hacia su origen y dejarme flotando en el vacío. Si es que no lo ha hecho ya.”
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