Este libro huye en gran medida de los análisis geopolíticos, tan habituales en la aproximación que se hace a los países de «Oriente Medio» desde los países occidentales, tanto por parte de los gobiernos, como de la derecha nacionalista y la izquierda antiimperialista. Esto se debe a que, en nuestros...
Este libro huye en gran medida de los análisis geopolíticos, tan habituales en la aproximación que se hace a los países de «Oriente Medio» desde los países occidentales, tanto por parte de los gobiernos, como de la derecha nacionalista y la izquierda antiimperialista. Esto se debe a que, en nuestros países, y especialmente en Siria, las diferentes cuestiones no se tratan desde dentro ni desde abajo. Tampoco estos países son considerados como sociedades compuestas y vivas, formadas por hombres y mujeres, ciudades, municipios y pueblos, una burguesía central con un acceso privilegiado a los recursos nacionales, gran parte de la población aniquilada políticamente, pobre materialmente y despreciada culturalmente, unos jóvenes sin futuro que sueñan con emigrar, unos activistas políticos que luchan en condiciones adversas para dotar al país de una vida política, un empobrecimiento político general que ha empujado a amplios sectores de la población a acercarse a la política desde la religión, un sempiterno gobierno dinástico impuesto por medio de la violencia, contra el que se lucha activamente a fin de lograr un cambio y de cara al futuro, y que no deja a los sirios más que el pasado como lugar en el que establecerse, unas mujeres humilladas y violadas en las sedes de los servicios de seguridad y que son rechazadas por la sociedad y su entorno familiar, y una cerrazón del interior nacional que hace del país una gran cárcel dirigida por una élite mafiosa inmensamente rica y completamente impune, que vive como viven los millonarios en Occidente. Según los análisis que circulan en Occidente y entre nuestras autoridades de facto, nuestras sociedades tienen, más bien, el aspecto de cajones cerrados. Y, en el caso de Siria, hay una persona llamada Bashar al-Asad, que se aferra a las llaves de su cajón privado, la «Siria de Asad», en la que residen seres parecidos entre sí, sin ojos, rostros ni nombres, a los que Bashar alimenta, cría y protege, y que, por su parte, quieren que esta situación dure «para siempre».
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