La lengua y la educación son probablemente dos de las expresiones más significativas y propias de los humanos. Son dos signos de identidad únicos y que hacen que la humana sea raza superior y más evolucionada en la naturaleza.
Aprendemos con esfuerzo a comunicarnos por medio del lenguaje oral, hablado, con mucha más perfección que todas las expresiones comunicativas del reino animal, incluso aquellas que nos parecen muy inteligentes. Y bajo la influencia de las milenarias culturas de escribas hemos ido aprendiendo a escribir de forma generalizada y democrática, superando con creces a todas aquellas culturas que solamente poseían manifestaciones lingüísticas orales. Las innumerables culturas africanas son viva expresión de ricas expresiones orales, que en algunos casos han sabido concretar también en códigos lingüísticos escritos, aunque en escaso número comparativo.
La lengua externa, la propia de los colonizadores, en cualquier proceso de dominio imperial o colonial, ha sido siempre un instrumento clave y decisivo en los procesos de dominio, control ideológico y reproducción de los valores dominantes, así como de sus intereses estratégicos, sean éstos económicos o políticos, y en ocasiones religiosos. De ello nos ofrece la historia innumerables ejemplos, pues así actuaba el imperio de los mandarines en la China milenaria (el chino oficial o mandarín); el imperio egipcio en toda su amplitud africana y asiática (búsqueda de unidad lingüística); el imperio de los sumerios en el Oriente Próximo (al imponerse el sumerio sobre el acadio); el extenso imperio de Alejandro Magno (que adopta el griego común, la coiné, como el instrumento colonizador y útil para las transacciones comerciales y las expresiones litúrgicas y culturales); el imperio romano (que durante siglos encuentra en el latín la lengua decisiva para la organización de la administración y la gestión tributaria, política, litúrgica y cultural de las extensas provincias de la todavía inexistente Europa); más tarde el Sacro Imperio en la larga Edad Media Europea continúa sirviéndose del latín como la lengua esotérica para el pueblo y propia del culto estamento eclesiástico; o la unidad religiosa, política y lingüística que busca el islam como religión y como concepción del mundo desde el siglo VII hasta nuestros días, encontrando en el árabe la que dicen sus creyentes ser la lengua sagrada y más bella de todas, y en el imperio otomano como aspiración secular concreta hasta el siglo XX; mencionemos la política colonizadora y lingüística del imperio español durante tres largos siglos, en particular en América desde 1492; pero hemos de hacer lo propio con las expresiones colonizadoras francesas en Norte América, Caribe, África y Asia desde el siglo XVII hasta nuestros días; o algo parecido con el gran imperio inglés de los siglos XIX y XX y sus posteriores secuelas. Ahora lo observamos en el inglés de USA como lengua franca, y en un futuro próximo asistiremos al creciente dinamismo de uso del chino, con seguridad.
Podríamos proponer para la reflexión otras expresiones lingüísticas algo más secundarias, propias de imperios menores (léase por ejemplo quetchua o aymara, azteca y olmeca en América) o de comunidades étnicas dominantes y mayoritarias, como sucede con frecuencia en África en el último siglo, que sepamos.
La lengua es un instrumento de comunicación, pero también de dominio y de imposición, si llega el caso. Porque el paso de las armas a las ideas, el paso de la fuerza a la razón, es la lógica que impera en los procesos de consolidación de una fuerza superior dominante, sea próxima o lejana, sea africana o europea, para el caso que nos ocupa de África. La mecánica de un proceso de dominación es muy parecida en todos los ejemplos que nos muestra la historia, como el gran historiador inglés Toynbee nos pone de manifiesto: a la fuerza inicial del dominio de las armas y la violencia física sigue la lógica de la imposición de una lengua (a veces de una religión o creencias), de las letras, de una cultura, a través de esa lengua considerada superior por parte de quien la impone.
Pero cuando las sociedades más avanzadas descubren la lógica del contrato social, de los derechos del hombre y del ciudadano, de forma progresiva y no por arte de magia, entienden que la organización de las repúblicas y los estados solo es posible en la adecuada aceptación de valores, prácticas sociales y aprendizajes profesionales y ciudadanos mediante la educación del individuo y del conjunto de los miembros de la comunidad, o de todo un reino o república. Así, de forma progresiva nacerá la idea de un sistema educativo que servirá para formar a hombres y mujeres como ciudadanos libres, con derechos y deberes ciudadanos, con formación para avanzar en la ciencia y la técnica, para organizarse mejor en sus respetivas ciudades y comunidades, para prosperar más, para apostar por el bienestar colectivo y la felicidad de la mayoría, como aspiraban conseguir los ilustrados europeos y norteamericanos, y más tarde los hijos de las respectivas revoluciones políticas desde finales del siglo XVIII.
La educación, nos dirá el filósofo alemán Kant en 1803, como un buen ilustrado y optimista, es el origen de todo el bien en el mundo, es la que hace que cada generación vaya dando pasos de manera continuada hacia la perfección de la humanidad, pues detrás de la educación está el secreto de la perfección de la humanidad. Es la seña de identidad de los hombres, la que procurará una mayor felicidad individual y colectiva, pero a condición de que se vaya expandiendo a todos los individuos de una determinada sociedad de forma progresiva. Un hombre inculto siempre va a tener menos posibilidades de recursos, de progreso, de trabajo, de mejora, de espacios y oportunidades de felicidad.
Cuando observamos en 2014 la realidad, tan compleja y a veces descarnada, que viven muchos pueblos y naciones africanas, con frecuencia cargados de desequilibrios e injusticias sociales, de pobreza e incultura, víctimas de guerras y expolios de bienes naturales y recursos energéticos por parte de nuevos imperios neocoloniales, no nos queda más remedio que refugiarnos en los instrumentos que se erigen al final en los definitivos y más influyentes para defender los derechos de los ciudadanos africanos, sus intereses personales y comunitarios, sus tradiciones y culturas. Y estos nos parecen que no pueden ser otros que el estudio científico de los problemas lingüísticos y de educativos.
La consolidación de una comunidad científica africana genuina, y filoafricana si llega el caso, capaz de dar respuestas convincentes a los problemas que generan las enseñanzas de las diferentes lenguas, sean las de uso amplio y vehicular propias de una sociedad globalizada como la que nos corresponde abordar en estos inicios del siglo XXI, sean las específicas de las más minoritarias comunidades de los pueblos originarios, es un motivo de reflexión y una legítima aspiración de un sector creciente de intelectuales y profesores de países africanos y europeos.
Igualmente, la puesta en común de propuestas, análisis y soluciones posibles a los graves problemas que ofrece la implantación de una educación para todos de calidad en los 54 países que componen el extenso continente llamado África, con algo más de mil millones de habitantes, y con graves distorsiones sociales, religiosas, bélicas, étnicas en bastantes países, constituye una necesidad intelectual y moral para muchos profesores, investigadores, educadores de África y de Europa.
Estamos convencidos del impacto que las mejoras lingüísticas y educativas han de lograr en los diferentes sistemas educativos de los países africanos, y como consecuencia derivada de ello se ha de favorecer el avance y el desarrollo social, humano, económico, y el progreso comunitario y solidario en definitiva. Esa es nuestra apuesta, y esa es también nuestra esperanza, bien fundamentada en la racionalidad de los procesos científicos y educativos.
Desde la École Normale Supérieure de Libreville (Gabón) y desde el grupo de investigación «Helmantica Paideia» (Memoria y proyecto de la educación) sito en la Facultad de Educación de la Universidad de Salamanca, se vienen desarrollando desde hace más de 15 años diferentes iniciativas de colaboración en materia de formación de profesores (preferentemente de español), de intercambio de profesores y estudiantes, publicaciones, de incipientes procesos de investigación conjunta en materia educativa.
La convocatoria de este I Foro de estudio sobre «África, educación y desarrollo», con el perfil claro destinado al estudio de las Lenguas, la Literatura y las Ciencias de la Educación en relación a los sistemas educativos, para que contribuyan en su momento a mejorar o a generar procesos de investigación en los diferentes ámbitos de estudio sobre África, es solamente una idea germinal de un proyecto que tal vez pueda ser fecundo y generoso en los próximos años. De ahí que nos hayamos atrevido a invitar a otros muchos colegas de diferentes países de África y de Europa que, como se puede observar en las entusiastas colaboraciones recogidas en esta obra, han mostrado una generosidad y fecundidad intelectual más que digna de elogio, formidable en número de aportaciones y de excelente calidad científica.
Dr. José María HERNÁNDEZ DÍAZ
Facultad de Educación de la Universidad de Salamanca, España
Dra. EUGÉNIE EYEANG
École Normale Supérieure de Libreville, Gabón