«¿Cómo veo la historia de España? España, desde luego, tiene sus rasgos específicos, pero, en conjunto, su desarrollo histórico no se aparta de la línea general que han seguido las demás naciones europeas. En esto discrepo de lo que se viene repitiendo desde el siglo XVIII hasta hace poco. Durante v...
Traductors :JUAN VIVANCO GEFAELL/MAGDA MIRABET CUCALA/MARI CAR
Nº de pàgines :768
Col·lecció :SERIE MAYOR
«¿Cómo veo la historia de España? España, desde luego, tiene sus rasgos específicos, pero, en conjunto, su desarrollo histórico no se aparta de la línea general que han seguido las demás naciones europeas. En esto discrepo de lo que se viene repitiendo desde el siglo XVIII hasta hace poco. Durante varios siglos, la historiografía anglosajona difundió la idea de que la civilización moderna era hija de la Reforma protestante, y que las naciones latinas (Francia, España, Portugal, Italia), quedaban incapacitadas para integrarse plenamente a la civilización moderna. Hubo franceses y españoles que compartieron esta idea. Bastarán dos ejemplos: en Francia, el político e ideólogo Guizot; en España, nada menos que Manuel Azaña, quien llegó a decir que "durante nuestro sueño, las demás naciones han inventado una civilización, de la cual no participamos, cuyo rechazo sufrimos y a la que hemos de incorporarnos o dejar de existir". Hoy en día, los historiadores han matizado y revisado aquellas perspectivas.
Cada nación tiene en su historia sus páginas negras, pero en general se las considera como acontecimientos que pertenecen a un pasado histórico que no tienen por qué empañar definitivamente la imagen de la nación. En Francia, sin ir más lejos, las matanzas del Terror revolucionario y de la Comuna de París han sido tan tremendas como las guerras civiles que ha conocido España; la expulsión de los protestantes durante el reinado de Luis XIV fue posiblemente más horrorosa que la expulsión de los judíos de España, etcétera. Ningún historiador francés oculta aquellos hechos, pero tampoco se le ocurre a nadie concluir que Francia queda definitivamente descalificada por ello. Lo mismo cabría decir de Inglaterra y Alemania y de casi todas las naciones. Los españoles tienen que reaccionar ante su propia historia, asumiendo los episodios negativos como cosas que pertenecen al pasado histórico, sin que por ello haya que olvidar los episodios positivos, que también los hubo, y muchos. No se trata, pues, de ocultar las páginas negras, y menos aún de oponerles una leyenda rosada, sino de exponer los hechos, todos los hechos, enfocándolos en una perspectiva histórica. Así es como se puede llegar a una visión objetiva de lo que fue una nación . Esto es lo que he procurado hacer en mi Historia de España.»
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