Empieza de manera insidiosa: «movimientos bruscos y poco precisos, lentitud, torpeza, rigidez, dolores generalizados, agotamiento, insomnio. Me había vuelto torpe [?]. Recuerdo un día de celebración familiar [?]. Sonaba buena música, un ritmo que daba ganas de moverse. Sin pensarlo me levanto, me sumo a los que están moviendo sus caderas y entonces ¡zas! Los zapatos de baile parecen haberse convertido en chirucas y empiezo a bailar de manera grotesca. [?]. Si tuviera menos orgullo, lloraría».
A la edad de 53 años, Annick Tournier descubre que padece la enfermedad de Parkinson. Como una pesadilla? Y el primer sentimiento es de vergüenza. Tanta vergüenza que se siente incapaz de decirlo. Cada día la enfermedad avanza un poco más: los movimientos son cada vez menos voluntarios, los reflejos se debilitan.
Esta enfermedad imprevisible lleva el nombre de su descubridor, el médico británico James Parkinson (1755-1824). Se saben muchas cosas sobre las posibles causas de esta patología, pero todavía no se sabe cómo curarla.