Los creyentes cristianos sostienen, sobre el testimonio de los evangelios, que, si bien el ejecutor de su muerte fue el gobernador Poncio Pilato, la responsabilidad moral recayó sobre las autoridades y la ciudad de Jerusalén. Esta es la raíz que acabó por hacer de los judíos de todos los lugares y de todos los tiempos, los culpables de la muerte de Cristo. El autor de este libro demuestra, con sólidos argumentos históricos y filológicos, que el relato de los evangelios carece en absoluto de fiabilidad histórica. Cristo fue ejecutado como sedicioso por el ocupante romano; los judíos no tuvieron ninguna responsabilidad en su muerte.