En este libro el autor reflexiona una vez más sobre la dimensión teologal de la vida cristiana, desplegada en la fe, la esperanza y el amor, poniendo de relieve su poder de transformar la vida de las personas, dándole valor, sentido, esperanza y una profunda alegría que no elimina los sufrimientos, pero permite vivirlos sin desfallecer en ellos.
La imagen de la intemperie subraya la falta de apoyos sociales y culturales para la fe y su constante exposición a peligros que pueden parecer insuperables. Pero a la intemperie crecen los árboles más vigorosos, y la intemperie procura la oportunidad de vivir la fe de forma más personalizada y resistente.
El cansancio espiritual, la vejez y la soledad forzosa condicionan el ejercicio de la fe. La segunda parte del libro quiere ayudar a dar con el perfil de creyente que responde a esas vicisitudes de la vida.