Este libro es un cruce de caminos, de nombres insospechados, ideas peregrinas y binomios imposibles; de países vecinos y afinidades irremediables, de mundos creados a imagen y semejanza de una carcajada que se hiela en la boca. Mundos que, ya sea por f (de Fellini) o por v (de Valle-Inclán), participan de un abrasivo sentido del humor. Y también de lo grotesco.
El grotesco necesario, como lo es este ensayo que despieza minuciosamente un edificio estético que empezó a cobrar forma en la década de los cincuenta a partir de un probable plagio que tuvo lugar en 1948, cuando un jovencísimo Fellini se encuentra con el fantasma de Valle-Inclán.
Fue un secreto a voces apenas investigado con suficiente detalle y que a la autora le sirve de pretexto para desentrañar cómo a mediados del siglo xx los aires de modernidad procedentes de Italia confluyeron milagrosamente bien con nuestras raíces del teatro popular y las luces de variedades; y por qué resurgió en el cine un modo de mirar tan nuestro, una manera auténticamente mediterránea de pensar, de crear, de reír. De ahí Berlanga, Ferreri, Azcona, Flaiano, Bardem, De Sica, Fernán Gómez…