Siguiendo el parecer de Georges Perec en La vida instrucciones de uso («Al principio, el arte del puzle parece un arte breve») en esta novela se engarza, a través de una serie de piezas, el puzle más o menos feliz, más o menos desordenado, de una poeta que decide escribir la palabra FIN en su vida sin que nadie se lo imponga. A través de la memoria filial, las piezas de este puzle van encajando a lo largo de varias décadas para formar la biografía de una mujer que solo encontraba sentido a la existencia si esta era una forma literaria porque lo demás, sospechaba, era una impostura. «El delicado aroma del melón recién calado se expande por el chalé, como hace tantos años se desparramó el pastoso olor de la gasolina cuando mamá bajó al garaje, acaso harta de ser guapa, inteligente, brillante, apasionada —tal como se hacía hincapié en la empalagosa entrevista que acabas de descubrir alojada entre las páginas de una guía de Lisboa— y de estar casada con —y cansada de— un hombre sedentario que amaba por encima de todo las novelas de Marcial Lafuente Estefanía y los combates de boxeo y coqueteaba con las encopetadas jerarquías celestiales entre vaso y vaso de ginebra; te preguntas qué pudo ver en él una mujer que antes de suicidarse había publicado seis libros de poemas y dos novelas que la acreditaron como una de las voces más singulares de la literatura española, si les hacemos caso a los críticos del asunto.»