El amor, la forma última de androginia, fundirse con el otro como expresan los románticos alemanes –y como subliminalmente apunta una buena parte de la iconografía del tema–, no es sino la forma más dramática de la imposibilidad, de la búsqueda de la liberación.
En la sociedad actual, en apariencia desprovista de mitos –aunque al fin plagada– la androginización se convierte en otra forma de expresión de los miedos y de la plasmación del deseo en un momento que vive engañado por la falsa presencia del placer.