En la corte del Barroco, la opinión llegó a absorber completamente al individuo y redujo el sentido común a la simple imitación de los usos de la mayoría, un fenómeno que debe ser interpretado como una canalización de la simulación cortesana. Las enseñanzas y consejos de los numerosos tratados que aparecieron en esa época contribuyeron a configurar la imagen y comportamiento del 0201C;cortesano discreto0201D;, un personaje peculiar que sabía moverse como nadie entre los complicados vericuetos institucionales de la administración de la Monarquía.
Era válido actuar 0201C;como si se poseyeran0201D; los valores humanos; esto es, lo importante no era poseerlos, sino hacer creer a los demás que se tenían. Surge así una literatura de la disimulación y el desengaño al comprobar que no siempre el personaje con mejores cualidades alcanzaba sus objetivos, sino aquel que aparentaba poseerlas y agradaba a los demás. En estas circunstancias, la literatura comenzó a desarrollar una nueva función social. Durante los reinados de Felipe III y Felipe IV, los escritores fueron plenamente conscientes de su importancia social, de que podían ejercer influencia en el público y de que eran 0201C;profesionales0201D; de la pluma, diferenciándose en esto de los poetas y literatos de la primera mitad del siglo XVI que, además de tener una profesión, escribían. Conscientes de la importancia de la apariencia y de la fama social, y de que ellos podían contribuir a generarla mediante sus escritos y obras, formaron grupos y buscaron la protección de nobles mecenas que los promocionasen. En este contexto se debe situar la evolución de las academias del Renacimiento al Barroco.