La sociedad actual reverencia a sus científicos, sabios de batas blancas a los que se confía la salud, el patrimonio y hasta la vida. En cambio, denuesta a los hombres de leyes -ya sean jueces, abogados o catedráticos- como leguleyos que viven de la palabrería. En este libro (que no se subtitula por casualidad ?La lógica de la investigación criminal?) se defiende la unidad de método entre ciencia y Derecho, reivindicando la dignidad del jurista. Y se hace desde la perspectiva del proceso penal, analizando el desafío del futuro legislador ante la inminente publicación de un nuevo código procesal que reemplace nuestra venerable ley promulgada en 1882. A lo largo de las páginas de este estudio se traza la genealogía del ?juez instructor?, personaje heredero de la Santa Inquisición; asimismo, lo contrapone a los fiscales, futuros investigadores judiciales según las últimas tendencias doctrinales. El punto de partida para estas reflexiones es el famoso cuento El Clavo, obra decimonónica del novelista español Pedro Antonio de Alarcón. Al estilo de los detectives anglosajones, el protagonista, un juez instructor, debe descubrir al culpable de un extraño asesinato. Las peripecias de este sabueso togado sirven de excusa para analizar la legislación procesal de la época y compararla con la actual, tarea que revela sorprendentes hallazgos, no sólo para los letrados, sino para los legos en materias jurídicas. La magia, la ciencia, la política, el Derecho y la superstición compiten en un mismo objetivo: la búsqueda de la verdad.