La palabra hace visible y decible el mundo. La palabra es la función del mundo. La tarea última de la poesía, por eso, es rescatar las palabras de la irrelevancia, la insignificancia y la inexistencia donde las ha confinado nuestro modelo de civilización y devolverles su dignidad, su libertad y su sentido. La poesía es, o debería ser, una propuesta de felicidad universal. Y es a eso exactamente
hacia donde apunta toda la poesía de Juan Carlos Mestre: hacia esa felicidad (cívica, solidaria, puerta a puerta, justa) en medio de la cual una imaginación fértil y arriesgada hace malabarismos con las palabras para devolverles la
alegría, las ganas de vivir, su originaria luz contagiosa, el misterio limpio de la vida.