Marcel Schwob (1867-1905), escritor clave del París de fin de siglo, escribió toda su obra entre los 24 y 29 años en una prosa que aspiraba a ser lo más clara y neta posible, y que a su amigo Rémy Gourmot le parecía de «una sencillez pavorosamente compleja». Así, por ejemplo, sucede en Espiciligio, Mimos, Vidas imaginarias (los tres publicados en Siruela, 1997), El rey de la máscara de oro, El libro de Monelle o La cruzada de los niños. La búsqueda de lo individual y la diferencia fueron siempre su principal premisa estética. Por eso, no es de extrañar que Valéry y Borges hayan declarado haber seguido alguno de sus originales procedimientos literarios. Su imagen de hombre enfermizo, siempre rodeado de libros, es tópica, pero hay dos hechos que sobresalen y elevan el tono vital de su biografía: su amour fou por una prostituta que encontró una noche en las calles de París, y a la que una vez muerta llamaría Monelle, y su amistad literaria con Stevenson, al que sólo llegó a conocer por correspondencia; su memoria provocó un largo viaje, al final de su vida, ya enfermo, rumbo a Samoa, con el objeto de ver su tumba y recorrer las lejanas tierras que tantas veces había soñado desde su biblioteca. Los 34 relatos de Corazón doble (1891) van reproduciendo, de siglo en siglo, todos los terrores que el hombre ha podido experimentar, víctima del crimen, la superstición y la magia, o bien por la búsqueda de sensaciones extrañas. Schwob quiere llevarnos, a través de este espléndido conjunto de cuentos fantásticos, del terror a la piedad ;los dos polos del corazón;, ya que el hombre se torna digno de piedad después de haber sentido más de una vez ese segundo de vida intensa que representa en el alma la irrupción del horror.