«A la edad del público al que hoy me dirijo, vivía yo la perplejidad del joven estudiante frente al Himalaya de los saberes. Opté por jugar a la lotería. Y la rueda del destino se detuvo en una casilla ciertamente enigmática: ?Derecho?.
»Así comenzó mi navegación por el aprendizaje jurídico, que era en esa época, como lo descubrí después, una vía que yo llamaría regia para empezar a comprender la civilización industrial gestada por Occidente. Tuve la buena suerte de conocer un día la dedicatoria con que el emperador Justiniano introducía a ese manual de derecho romano tan célebre en la historia de la cultura europea, llamado Institutiones: ?A la juventud deseosa de las leyes?. Esta cálida fórmula resultó inolvidable para mí.
»De esas primeras palabras, que recibí entonces como un emblema, hago aquí materia de reflexión para revalorizar el deseo de saber, deseo que amenaza desde siempre con sepultar el engaño pero también, en nuestra época, con su contrapartida exacta, esto es, la futilidad exaltada en nombre de la circulación del conocimiento. De ahí mi convocatoria: A la juventud deseosa... Pero, a todo esto, ¿qué significa desear saber?»