«¿Cómo dormir en un mundo sin arrullos, sin cantinela sosegada, sin capacidad de olvido e incluso sin inconsciencia, pues Eros y Tánatos circulan por doquier sin vergüenza, vigilantes sardónicos provistos de látigos y cachiporras? ¿Cómo dormir en un mundo hipnotizado por la visión de su propia falta de visión del mundo, así como por la inanidad de todas las visiones que se han disuelto y que, por lo demás, siempre prometían despertares, mañanas triunfales sucesoras de grandes anocheceres en cuyo incendio la noche habría de quedar descalificada para siempre?¿Cómo dormir, alma deshecha, alma sin alma, alma que flota inanimada por encima del campo de batalla o de esparcimiento cuya inanidad expone con crudeza un alumbrado sin sombra?»
El dormir apenas interesa a la filosofía como una negatividad inútil, sin otro uso que el descanso del cuerpo o la producción de signos de una noche del alma. Pero conviene preguntarse si no existe algo así como una razón del sueño, una razón en acción en la forma o la modalidad del sueño. Sueño como recurso del comienzo, del recomienzo. Vigilia de un mañana al que no se pide otra cosa que llegar. Confianza sin promesa a través de la noche que atraviesa en este momento la tierra difícil para los hombres.