No es la primera vez que Lynn Margulis, una de las personalidades más eminentes de la biología mundial, y su hijo Dorion Sagan aparecen en nuestro catálogo y en esta misma colección. ¡Recuerden aquel libro apasionante, Microcosmos (Metatemas 39), en que nos contaban qué ha ocurrido en los cuatro mil millones de años de evolución desde nuestros ancestros microbianos! Pues bien, ahora nos explicarán, en una edición mucho más ambiciosa, algo que todos quisiéramos saber pero pocas veces encontramos a quién preguntar: ¿Qué es la vida? Sabemos, sí, que nosotros —seres humanos, animales, plantas, incluso las algas— diferimos del acero o de una roca porque éstos son materia inanimada y nosotros estamos vivos. Pero ¿qué significa vivir, estar vivo? Margulis nos invita primero a explorar con ella, científica y filosóficamente, estos enigmas y, de paso, a ahondar en los orígenes de la vida, examinando, por ejemplo, la conexión biológica entre muerte programada y sexo, la evolución simbiótica de los reinos orgánicos, la noción de la Tierra como un superorganismo y la fascinante idea de que la vida, y no sólo la humana, tiene libertad de acción y ha tenido un papel insospechadamente importante en su propia evolución. Así, paso a paso, vamos comprendiendo que, en realidad, la vida es un proceso material que cabalga por encima de la materia como una extraña y lenta ola, que es un caos artístico controlado, un conjunto de reacciones químicas asombrosamente complejo que empezó su andadura hace cuatro mil millones de años y que ahora, en forma humana, escribe cartas de amor y emplea computadores de silicio para calcular la temperatura de la materia en el nacimiento del universo. Descubrimos que la vida es, a fin de cuentas, algo aparentemente obvio: la celebración de la existencia. Las bellísimas y numerosas ilustraciones nos muestran desde el organismo más pequeño conocido (Mycoplasma) hasta el más grande (la biosfera misma). Criaturas extrañas y familiares realzan las páginas de ¿Qué es la vida?, invitando a los lectores a reconsiderar sus ideas preconcebidas no sólo sobre la vida misma, sino sobre su propia participación en ella.