La exposición es un modo de comunicar, es un lenguaje basado en un sistema de emociones que se dirige certeramente al individuo. Se puede ser reglado, académico y ortodoxo, pero también intenso, comprometido y subversivo. Sea como sea, la exposición trata de adaptarse a los tiempos en los que vive y se expresa; es, por tanto, un proceso abierto que no puede estar exento de riesgo y aventura.
Joven museografía plantea distintas variables para poder llevar la exposición hasta donde los canales oficiales no lo hacen. Hay un marcado componente activista y social, que busca transformar el mundo desde la práctica de una cultura viva y solidaria. Con estos parámetros, esta obra ofrece soluciones muy atractivas a la producción museográfica hecha por once jóvenes museógrafos.
El libro es el resultado de una aventura extrema en el contexto de la «museografía emocional»; recoge cinco diseños específicos de un espacio que sirve de contenedor expositivo y que puede ser instalado con facilidad, con instrucciones que permiten su montaje en un breve espacio de tiempo y sin ensamblajes ni fijaciones de carácter definitivo, y cuya misión es llevar la exposición a cualquier lugar.
Un museógrafo es un poeta espacial, sí, pero su trabajo puede cambiar el mundo.