El multilateralismo, buscado fruto del multipolarismo, se ha llegado a convertir en la piedra filosofal de la concepción “correcta” de la política internacional para el siglo XXI. Parte del supuesto de que después de la Guerra Fría, y tras un breve periodo de hegemonía americana, el mundo ya no es ni unipolar ni bipolar sino multipolar, fraccionado en diversos centros de influencia y atracción. La consecuencia inevitable es la reclamación multilateral como método decisorio. En esa perspectiva, se habrían acabado las posibilidades de actuación unilateral para imaginar un proceso novedoso en donde las grandes cuestiones internacionales deben ser sometidas a, y resultado de, una vía de concertación y consenso. El multilateralismo seria tanto la plasmación de una realidad –la menguante influencia americana-como la expresión de un deseo-contemplar el final de la supremacía estadounidense-. El multilateralismo es por ello transparente término codificado para la manifestación de un antiamericanismo más o menos primario, que se refugie en la reclamación de una voluntad colectivamente expresada para cortar las alas y los pies de la potencia dominante. Los cantos a la multipolaridad y a sus benéficas consecuencias multilaterales, que tanto buen fundamento tienen en el orden natural de las cosas, deberían ser escuchados con cautela para separar las voces –un mundo basado en el derecho internacional- de los ecos-los intereses de los que quieren sustituir una influencia por otra-. En “El espejismo multilateral” Javier Ruperez, que une a su excepcional experiencia política y profesional una aguda y rara capacidad de análisis, nos ofrece la narración de su vivencia en las Naciones Unidas como inspiración para reflexionar sobre lo que de verdadero y falso existe en la prédica multilateral. Tomando como punto de partida las posibilidades y las limitaciones de la política antiterrorista conducida desde la organización internacional, el que fuera embajador de España en Washington y subsecretario general de la ONU en Nueva York recurre al realismo para describir sin complacencias los comportamientos de los actores internacionales y las consecuencias que de ellos deben derivarse. Ese este un libro de grandes ideas, agudas percepciones y descarnados retratos. No en vano el autor es uno de los pocos políticos y diplomáticos, y el primer español, en haber viajado al centro de la ONU y, sin miramientos para los poseedores de las sabidurías convencionales de turno, relatar lo allí visto. “El espejismo multilateral” debería ser guía para timoratos y penitencia de ilusos.