En cierto sentido ?ha dicho Valerio Magrelli? creo que el equívoco fundamental respecto al quehacer poético es de origen romántico. No me refiero tanto a las diversas doctrinas románticas sino al hecho de ver al poeta como una especie de atleta del sentimiento, como alguien que tiene la posibilidad de entrar en contacto con la realidad de manera ?exorbitante?.»
Poco de exorbitante, en efecto, encontramos en la poesía de Magrelli, que prefiere un acercamiento discreto a las cosas y a los sentidos. En sus primeros libros, Magrelli demostró ser un observador irónico de «las cosas que pueblan el mundo» (Ponge); en Ejercicios de tiptología se sirve incluso del vocabulario de las ciencias naturales, de la biología o de la geología, disciplinas poco frecuentes entre poetas. De ahí su lugar excéntrico dentro de la lírica italiana contemporánea: Magrelli no es un atleta del sentimiento, sino del ojo, ese punto de confluencia entre la materia y la percepción. Su escritura poética no mira hacia el cielo romántico: atraviesa lo mismo blancos espacios del norte de Europa, Bizancio o la noche de unos vecinos murmurantes que no dejan dormir. De estas excursiones nos queda un dictado en clave, el mismo al que se alude en el título con la raíz del verbo griego typtein, que significa «golpear para producir un sonido». Al indicar, ya sea la técnica para interpretar los golpes escandidos sobre la mesa durante las reuniones espiritistas o las señales usadas por los presos para comunicarse con leves golpes a través de las paredes, el término ?tiptología? remite no sólo a la idea de un interlocutor no visible, sino al propio lenguaje como un orbe cifrado