María Antonia Siza falleció en Oporto en 1973, con apenas cuarenta y tres años. Poco tiempo antes, en 1970, tuvo lugar la primera y única exposición de sus dibujos y acuarelas que realizó en vida.
El paso de los años ha puesto de manifiesto que la pertinaz modestia de María Antonia Siza era el camino necesario para que sus obras adquieran una profunda y compartida intimidad.
La obras de Siza son completamente ajenas a la lógica de la ocurrencia, a esa ingeniosidad que a menudo se confunde con el arte.
Con apenas unos trazos nos transmiten experiencias personales, intensas pero perfectamente privadas.
Su ausencia en vida de los circuitos artísticos se ha traducido en permanencia póstuma. Hoy su obra parece destinada a perdurar.