Berlín, en 1881, sigue siendo una urbe grandiosa y militar, con un exceso de disciplina y de imperio y muy poco de lujo burgués dy de modernidad. a ella llega el poeta ácrata y disidente Jules Laforgue y en ella reside como lector francés de la emperatriz Augusta. La estancia no le será especialmente grata: el alemán medio le resulta incomprensible, la mujer desproporcionada, el vestuario intolerable, la estética inexistente, la vida y los espectáculos tediosos, el mal gusto irritante. Incluso la falta de modales en la mesa a Laforgue le parecerá imperdonable. La guerra franco-prusiana alimenta todavía un desprecio mutuo y una desconfianza que no quebrarán ni cinco años de permanencia, hasta 1886, año en que Laforgue escapa, a sólo uno de su muerte.