Sara y Eduardo llevan una vida normal de pareja, hasta el día en que Sara presencia la muerte accidental de un vagabundo en el metro. El «incidente», como se referirá a lo sucedido, marca el inicio del descenso de la mujer hacia los límites de la locura y el abandono de su individualidad a manos de Eduardo, convertido en cuidador y carcelero involuntario primero e inflexible después. El regreso de Jeremías Prun, vecino de ambos, a la casa de al lado a raíz de la muerte de su esposa, romperá la dinámica en la que se ha instalado la pareja. Un día, Sara comprende que Jeremías Prun estuvo presente en el «incidente», y lo confronta. El doctor, que es forense, le confiesa que fue llamado al lugar de los hechos para levantar acta de la muerte del mendigo, y en ese momento de caos y de locura, esboza a lápiz el retrato de Sara, a causa del increíble parecido de ésta con su mujer, Irene Lorán. Empujada a buscar la compañía de Prun, Sara emprenderá el camino de regreso hacia la realidad y descubrirá en Jeremías Prun un cómplice que la ayudará, poco a poco, a recuperar una frágil cordura, y quizá incluso a reconstruir su relación con Eduardo.