«La más grande, la más bella impresión de mi vida», escribía el dandy Jean Lorrain a su madre en 1898 desde Venecia. Había llegado en otoño, cuando la luz crepuscular transforma la ciudad en un decorado decadente, lleno de melancolía. De sus cuatro estancias surgieron varios textos de singular belleza, repletos tanto de poesía como de conocimiento. En los que aquí reunimos nos ofrece una visión de la Venecia de entre siglos notablemente realista, aunque también fascinada, emocionada y sentimental.
En algunas páginas lanza un grito angustiado por la posible desaparición de la ciudad, víctima de su deterioro arquitectónico y su abandono (como demuestra la caída del Campanile en 1902); en otras, se olvida de esa misma ruina y brotan todas las sensaciones que provoca en su espíritu exquisito. Anna de Noailles las calificó como «el más brillante elogio» de Venecia que se había escrito.