A veces conviene hacer de la persona un personaje para podernos imaginar nuestra vida como un cuento, una historia larga donde cabe no solo lo que fue, sino también lo que pudo ser. Así, resiguiendo los pasos de la pequeña Fátima, Assia Djebar nos entrega su libro más personal, un flujo de memoria donde caben los recuerdos de la primera infancia, la sonrisa radiante de la madre, las palabras sabias del padre y los paseos por la ciudad de Cesarea, donde nació. A los seis años la chiquilla comienza a asistir a la escuela, y es ahí donde descubre su temprano gusto por la lectura, pero ahí también inicia su educación formal en francés, la lengua del colono. Esas nuevas palabras se mezclan con los sonidos dulces de la lengua materna, con las canciones de herencia andalusí, con las visitas al hammam y con las fiestas de verano que celebran las mujeres del clan. Al ingresar más tarde en un internado, Fátima se inicia en la literatura francesa, y las confidencias de sus compañeras europeas le revelan un mundo fascinante que, como musulmana, le está negado. Cuando la familia se traslade a Argel, su primera aventura de amor le hará comprender la dificultad de conciliar dos mundos y el peligro de quedarse en un limbo, una tierra de emociones extrañas donde no hay manera de encontrar esa habitación del alma que nos proteja. Extranjera a uno y otro lado del Mediterráneo, Fátima va pactando con sus distintas vidas, pero algunas preguntas siguen ahí, y duelen. De ese dolor y ese deseo de entender nace Sin habitación propia, un espléndido relato que camina sobre un hilo tendido entre dos culturas.