Ezequiel y Gonzalo viajan con sus padres al país de origen de Roberto (su padre). Es un lugar que desconocen, un mundo extraño para ellos, porque Roberto nunca ha querido volver desde que salió huyendo de allí diecinueve años atrás, y si lo hace ahora es porque su propio padre (Ricardo Ocaña, el abuelo de los chicos) está gravemente enfermo y a punto de morir. Llegan a Alastra, un pueblo perdido en las montañas, completamente distinto al Madrid donde viven. Además, Alastra es en realidad una “reconstrucción”: el pueblo original fue hundido por la obra de un pantano y sus habitantes fueron evacuados a la fuerza e instalados en una réplica situada a pocos kilómetros. Del antiguo pueblo solo queda un caserón abandonado, en lo alto de un peñasco.