Todo lo que aquí se cuenta es natural de su memoria. «Siéntate ahí, hijo, siéntate mientras me refresco un poco.» Con diligencia se mueve a pesar de los achaques, los pies tan doloríos que «no encuentro zapato ninguno que me cuadre». Si se suelta el roete para peinarse le cae por la espalda un manto, cabellera hermosa, mata de pelo firme de gris a blanca por los tantos años, un manto de seda y sufrimientos.
Suyos son la fortaleza y el coraje, piera fundamental en el mar de la desventura. Habla y riega los contornos de música. Como la guitarra que reitera falsetas o la voz que se mece, tiene su conversación ritmo, el eco perpetuo de las evocaciones. Bella, trágica y tan sencilla manera de narrar las cosas, los sucesos felices y las agonías. Huellas.