Durante toda su vida, Jacobo se había comportado como lo que era: un león. Ese era su único mérito. Por eso no entendía por qué, desde que le habían alejado de la sabana donde vivía, todo el mundo le llamaba “El rey”. Su inseparable compañero, “El gran Martín”, le enseñó a hacer varias acrobacias por las que le premiaba con mucha carne. Pero él no era feliz…