El anciano sabía que dentro de unas horas podría verse el amanecer detrás de la ventana de la escalera. A veces, de noche, cuando el sueño le rehuía, se apostaba en este lugar. Aún no entraba luz, solo se veía cierta claridad que se desprendía de los contornos del exterior en el preciso instante en que el rayar del alba insuflaba al aire su brillo cárdeno, inquisitivo y apremiante, mientras que en el interior de la casa la noche todavía se prolongaba un rato. De pronto añoró la claridad del amanecer y se prometió que volvería a este lugar en el momento oportuno para mirar por la pequeña ventana desde la cual uno podía echar una mirada al exterior y sumergirse en otra época, fuese el futuro o el pasado; en esos instantes no importaba...