París, 1817. En una pensión «de clase media», regentada con economía por una viuda, coinciden los desechos de la sociedad parisina y los jóvenes que sueñan con entrar en ella. En el último piso, el más barato, viven puerta por puerta un anciano que amasó una fortuna fabricando fideos y que, habiendo casado espléndidamente a sus hijas, ahora es menospreciado por ellas, y un estudiante de provincias que apenas tiene para unos guantes amarillos con los que triunfar en un baile. Un tercer huésped, el misterioso Vautrin, que detecta la ambición del estudiante, le propone un tortuoso crimen que podría enriquecerlo de la noche a la mañana. El pobre Goriot (1835), una de las novelas más justamente célebres de la historia de la literatura, enfrenta a dos hombres en los dos extremos de la vida: el anciano que la concluye en la ingratitud y la ruina y el joven que se abre a ella resistiéndose a aceptar que habrá de elegir entre la virtud y la corrupción. «¡Ay, sépalo el lector, este drama no es una ficción ni una novela! -dice Balzac en las primeras páginas-. All is true, ¡es tan verdadero que todos pueden reconocer los elementos que hay en él en su casa y quizá en su corazón!»