Suscribo el juego de palabras de Marcel Duchamp, quien diagnostica el estado de salud del cine con un bello malabarismo anagramático: cine anémico? Egotismo de realizadores chiflados, narcisismo de una época abúlica, misa de una nueva religión comercial, diversión de baja escala, trivialidad generalizada? La lista de los síntomas que envilecen este arte mayor es interminable.
Podría hacerse un diagnóstico similar de la filosofía y su lamentable estado de salud, entre el incesto universitario abstruso y la prostitución periodística de los éxitos editoriales.
Una pista, entre otras, permitiría vislumbrar una doble terapia: la biografía filosófica filmada. En ella se mostraría una vida filosófica en acción: es decir, lo contrario de un discurso de profesor o de un garabateo de estudiante de secundaria. Medir con esta vara haría caer de inmediato las máscaras de impostores y estafadores.
En La inocencia del devenir, propongo el guión para un filme que mostraría, entre otros ejemplos, en qué medida la vida de Nietzsche es el testimonio de su pensamiento vivido.