Hablar de Dios es más necesario que nunca. Más gozoso que nunca. El creyente encuentra luz para la inteli-gencia, esperanza para la vida y aliento para el compromiso. El no creyente -por opción o por pereza- renuncia a un manantial de alegría y de compromiso. Pero para el cristiano no es suficiente hablar de Dios. Debe hablar de un Dios que es Trinidad. Su luz, su esperanza, su aliento proceden del Padre, del Hijo, del Espíritu. Por ello de-bemos preguntarnos continuamente quiénes son el Padre, el Hijo y el Espíritu. La revelación y el evangelio nos los presentan como los protagonistas de la historia más grande de amor jamás contada. El Dios cristiano se nos revela como EL ESPLENDOR DE AMAR, como la realización máxima del acto de amar. Nuestro Dios no es un ser solitario sino comunión, la comunión de Tres que se aman: el Padre es El que amó el primero, Jesús el Hijo del amor, el Espíritu la Alegría de amar.