Muy viejas son estas historias, viven en Oriente Próximo desde hace ochocientos años y permanecen jóvenes y llenas de vida porque nunca fueron escritas. Pertenecían a los nómadas, eran propiedad de pocas familias que se juntaron en el gremio de los Mazarlyk-dji, los contadores de cuentos.
No se debe olvidar que antiguamente el contador de cuentos era la única persona que podía abrir la boca para la crítica sin que se le castigara por ello. Bajo el manto del cuento podía decir muchas cosas que representaba la secreta opinión popular. Mostraba a los sultanes, a los visires, a los despreciados ricos y poderosos con todas sus debilidades y denunciaba así de forma inequívoca lo que pensaba el pueblo.