La creencia de que el mercado nacional español se creó en el siglo XIX no es definitiva: se estaba formando mucho antes, en el siglo XVIII. Entre 1650 y 1800, la monarquía hispánica fue el escenario de una intensa pugna de Inglaterra y Francia por controlar y explotar el mercado peninsular. Para poner fin a ello, tras la Guerra de Sucesión, los reformadores ilustrados usaron a fondo el Estado para recuperar el retraso, introduciendo decididamente reformas económicas que, tras algunas décadas, volvieron a poner a España en condiciones de ocupar un puesto propio en el concierto de las naciones. En la nueva coyuntura expansiva, el desarrollo del mercado interior fue posible gracias a la acción de numerosas redes migratorias, sociales y mercantiles, que se movieron con éxito diverso. En el siglo XVIII en la católica España, los británicos, protestantes, no pudieron pasar de los puertos y hubieron de servirse, con éxito, de redes de intermediarios. Los franceses, católicos, usaron a fondo las redes mercantiles de su importante presencia migratoria, su peso político y sus densas relaciones con los grupos de navarros y vascos, pero empezaron a ser vistos por éstos como competidores y extranjeros. Y los catalanes, que pasaban a participar de una nueva identidad política común, aprovecharon ciertos factores a favor para, por primera vez, irrumpir con fuerza en el mercado interior peninsular.