Los valores espirituales vertidos en las películas orientales abren horizontes insospechados a un Occidente materialista y pragmático, ávido de alimentar necesidades más profundas que su estómago o su mente. Una aspiración a lo sagrado, a veces arraigada en la ética y otras por encima de la moral. Una concepción del erotismo -de la belleza convulsiva de Nagisa Oshima a la mirada hierática de Tsai Ming-liang- y del paroxismo de la violencia -del sufrimiento humanizado de Akira Kurosawa a la hiperbolización distanciadora de Takashi Miike-. Espiritualidad, erotismo y violencia: respuestas que, subliminalmente, contestan nuestros propios interrogantes existenciales.