A lo largo de su infancia y juventud, los padres de Lucinda se relacionaron con una dinámica de reproches y rencor, provocando que a menudo sus hijas se preguntasen qué les había unido desde un principio. Ya adulta y con hijos, Lucinda da con las cartas que su padre había enviado a su madre durante la II G.M, y a través de éstas descubre un hombre cariñoso y cálido. Tras los acontecimientos más duros de la guerra, el tono se vuelve más áspero, convirtiéndose en una distancia ya familiar para ella. Lucinda, empujada por el amor hacia su padre, continúa investigando con el ahínco de un detective y consigue información que demuestra que fue un hombre de gran valentía: se hizo pasar por SS, se introdujo en el bando enemigo e informó sobre las atrocidades detectadas en uno de los primeros campos de concentración liberados por los aliados. Él desvela fragmentos enteros de su vida -más allá del alcoholismo y del adulterio- a medida que la demencia lo va apartando de su hija. Franks deberá continuar con la investigación ella sola, entre papeles olvidados, burocracias destinadas a no desvelar secretos y colegas que sirvieron en la guerra junto a su padre, y así irá tejiendo memoria e historia en el retrato humano de una persona compleja que nunca llegó a conocer, padre y espía, héroe y hombre ordinario.