La palabra autodidacta nos retrotrae muy lejos en el tiempo. Pero el autodidacta está hoy, aquí. No es solo el que en un rincón aislado, sin ayuda de nadie, lleva unas prácticas de autoformación. No es solo el que busca un saber y su gozo, o el que quiere construirse. Es también el que se apoya en otros, en redes sociales, para saber por dónde acceder, cómo hacerlo, cómo iniciarse en unos conocimientos, manejar una herramienta, aprender autónomamente otra forma de hacer. También es el obligado a serlo por unos horarios que le imposibilitan acceder a cursos formales o no dispone de un presupuesto para asumir los costes de una formación que desde el mercado se le vende. También mucha gente que no embonó con los usos y costumbres de la escuela.
Desde el primer día en que se abrió una biblioteca con acceso público, biblioteca y autodidacta marchan enlazados. No siempre el autodidacta ha acudido a la biblioteca pública (con sus bibliotecarios, sus catálogos, sus instalaciones), pero sí muchas veces ha recurrido a una biblioteca (de su sindicato, de una asociación?). Cualquier manifiesto en la historia bibliotecaria hará mención a la biblioteca como lugar para el libre autoaprendizaje, para el aprendizaje autodirigido, autodidacta. Se han elaborado decenas de estudios de investigación, informes y directrices, especialmente en estas dos últimas décadas. En los países europeos nórdicos y anglosajones es donde las bibliotecas públicas más se han implicado en esa marcha enlazada, que es objeto de análisis y reflexión en esta obra, ganadora del Primer Premio de Ensayo Teresa Andrés 2009 de la Asociación Española de Documentación e Información.