Sobre Marilyn Monroe se ha escrito mucho, tal vez demasiado; de hecho, apenas queda un rincón de su vida, su cuerpo o su muerte que no haya sido escrutado con lupas que mezclaban la admiración estupefacta con la falta de escrúpulos, la piedad con el bisturí inmisericorde. Esa montaña de papel es el pedestal de la figura mítica, pero también la losa que apaga la voz de un ser humano siempre oscurecido por los focos. Esta obra es esa voz, o al menos todo lo que de ella nos ha quedado. Esa delicadísima transcripción dio como resultado una obra maestra de la literatura fantasmal que conserva casi mágicamente el aroma y el sabor, la gracia y la melancolía, el ingenio y la ingenuidad de las palabras oídas y luego ya nunca repetidas. Porque aquí habla Norma Jean, la niña que deambulaba entre orfanatos y adopciones, la muchacha que salió de una fábrica para vivir (como tantas otras) sueños de celuloide, la hembra que dejaba a su espalda un reguero de miradas lascivas. Y también habla la mujer que se abrió paso hacia una cumbre inesperada apartando a los tiburones del camino. Aquí percibimos su chispa, su inteligencia e incluso un eco verbal de su irresistible vibración erótica. La pequeña odisea de este libro es tan fantasmagórica como su origen: por motivos jamás aclarados, el manuscrito reposó en silencio y en lugar ignoto hasta 1974, cuando Milton Greene (fotógrafo de cabecera e íntimo amigo de Marilyn) decidió exhumarlo de sus cajones para publicar una primera versión donde no se consignaba la autoría de Hecht?