La trayectoria de Josep Herrera (Cataluña interior, 1940) es simple y aparentemente sencilla. Uno siente la necesidad de hacerse a uno mismo, y por eso emprende el vuelo individual. Todo tiene riesgos, pero muchas veces éstos son oportunidades que tienen que presentarse para poderlas atrapar y darse cuenta de que somos alguien. De tierra adentro hacia la costa, y resiguiéndola o zigzagueando, dar vueltas arriba y abajo porque allí donde hay gente es donde uno puede encontrar interlocutores. Alguien sin enfrentamientos ni contrastes sensibles ni mentales a nivel de percepción estética es casi un bribón, lo más parecido que pueda haber al salvaje desconectado y desalentado donde todo se da excepto la posibilidad de realizarse, de saber cuáles son las propias posibilidades creativas.