Frente a quienes definen la política únicamente como el ejercicio del poder (aunque luego se adorne con la sana intención de ?cambiar las cosas?), Max Weber distinguió a aquellos que viven de la política de quienes viven para la política. Luis García Montero pertenece, si acaso, a la segunda categor...
Frente a quienes definen la política únicamente como el ejercicio del poder (aunque luego se adorne con la sana intención de ?cambiar las cosas?), Max Weber distinguió a aquellos que viven de la política de quienes viven para la política. Luis García Montero pertenece, si acaso, a la segunda categoría. Quienes lo incluyen en el pack de intelectuales o profesores o periodistas o artistas que ?saltan? a la política en estos tiempos convulsos, se equivocan. Siempre ha estado comprometido con la política. Otra cuestión es saber por qué y para qué decide Luis dejar sus clases en la universidad, aparcar un nuevo poemario o suspender varios proyectos profesionales y asumir la responsabilidad de defender una candidatura de Izquierda Unida con un programa político y una propuesta cívica. Y hacerlo precisamente en los momentos más difíciles para unas siglas que se tambalean por las batallas internas y por la canibalización que ejerce una nueva fuerza surgida en el magma del descrédito de la política. De eso trata esta conversación, por la que van asomando referencias personales, literarias y éticas como Rafael Alberti o Ángel González; desde Antonio Machado a Francisco Ayala. Reflexiones en las que hay crítica y autocrítica, sin esquivar ningún asunto aun siendo consciente del riesgo de pisar brasas. Luis García Montero da la cara sin morderse la lengua, así que habla de Podemos, de la posibilidad o no de una convergencia en la izquierda, de los intereses económicos que condicionan el paisaje político, de las diferencias con sus amigos de la ceja? Quizás Luis, en el fondo, me propuso que fuera su interrogador en esta charla por un motivo concreto: en cuanto conocí el paso que se planteaba dar mi reacción fue: ?¡No se te ocurra!?. Quizás, una vez más, LGM pensó que la mejor arma para convencer al otro es la palabra. Jesús Maraña
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